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Que nada cambie

Desde que llegamos a este mundo experimentamos cambios. Sin importar de qué se trate, cada cambio es un reto que a veces parece imposible de llevar.

El cambio es constante en nuestras vidas y nos pasa a todos. Si tuviera que clasificar los tipos de cambios en la vida usaría tres categorías.

Primero están los cambios obligatorios. Son inherentes a nuestra condición humana y al mundo en que vivimos. Nuestro cuerpo cambia a medida que crecemos; nuestra parte favorita de la ciudad da paso a una nueva autopista, a un parque o a una remodelación en sus aceras; perdemos a un ser querido. No podemos pararlos o influir en ellos.

Después están los cambios voluntarios, esos que nosotros mismos los facilitamos. Cambiarnos de look, mudarnos de casa, compramos un auto nuevo, hacer ejercicio, casarnos, divorciarnos, ser padres… Participamos activamente y de manera directa en cada uno de estos cambios, aunque el resultado final pueda no ser siempre el que nos llevó a iniciarlos.

Por último, están los cambios necesarios. Son los que nos vemos forzados a hacer o vivir. En parte somos co-creadores de ellos y en parte nos sentimos víctimas de ellos; por ejemplo, cuando enfrentas un despido o a un revés económico que te obliga a hacer ajustes de estilo de vida; también pueden ser enfermedades o accidentes con consecuencias para ti o los involucrados.

Los tres producen en nosotros una resistencia instintiva. La verdad es que ninguno nos sentimos 100% cómodos ante ellos, aun si los hemos esperado o buscado siempre tienen un punto de incertidumbre, un “¿qué pasará ahora que…?”.

Recuerdo que aquí en Panamá en los años noventa hubo una migración fuerte de cubanos que se tuvieron que quedar por un tiempo. En un semáforo siempre veía a un señor, edad mediana, se notaba educado por el porte en su andar y la forma en que hablaba. Él vendía pan. Yo imaginaba lo que pudo haber dejado, lo difícil que sería para esa persona tener que vender en la calle para poder subsistir después de haber tenido una casa y quizás un trabajo seguro, y probablemente de contar con un buen título universitario bajo el brazo.

La mayoría de estas personas, sin importar lo que pasaran actualmente, tenían una sonrisa, ojos de esperanza y parecían saber que su situación actual era temporal y que después cambiaría. Pasó alrededor de un año, dejé de ver al señor, y en las noticias se publicó que al grupo de cubanos les habían dado sus visas especiales y habían seguido el camino. En mi corazón le deseé lo mejor.

En uno de mis trabajos anteriores a una compañera le detectaron cáncer de seno. Sin deprimirse ni dejarse caer, ella sacó toda la fuerza, alegría y dulzura de su carácter para enfrentarlo. Participaba en todas las actividades de la empresa, cumpleaños, festejos, lo que fuera, y cuando se sentía cansada por la enfermedad o el tratamiento descansaba, y regresaba con el ánimo renovado.

Perdió el cabello y se mandó hacer adornos para la cabeza y pelucas tan coquetas que no podías evitar elogiarlas. Al ser un tipo de cáncer extraño se enteró alguna de las empresas farmacéuticas y la incluyeron en un programa especial con excelentes resultados; lejos de sentirse un experimento que podía fallar, ella lo consideró una bendición. Nunca la escuche enojada, ni pensando que algo saldría mal. Iba un paso a la vez y cada victoria la celebraba y compartía con los más cercanos. El cáncer se fue.

Historias como estas me han enseñado cómo enfrentar los cambios con fe, optimismo, responsabilidad y amor.

Me mostraron que para poder correr la ola del cambio de la mejor manera es importante:

Ser flexible en tu manera de pensar. Lo único constante en el cambio es que siempre va a pasar. Deja espacio en tu mente a esa posibilidad, ya sea que tú lo planeaste o te llegó.

No te aferres a que las cosas siempre serán como las has hecho, vivido o conocido.

Acepta el miedo. El miedo a los cambios es normal, es humano, acéptalo no hay nada malo en ello. Sin embargo, el miedo en extremo confunde, paraliza y nos hace reaccionar de más, y esto pasa porque pensamos que los cambios son malos.

Quítale la etiqueta de malo, es simplemente una situación diferente que llegó. Si lo ves así te será más fácil entenderlo y manejarlo.

Adáptate, no te resistas. Así como se requiere una mente flexible para entender que las cosas pueden cambiar, se requiere de una actitud abierta que te permita adaptarte al lugar donde estas ahora. Busca qué ventajas o cosas positivas trae el cambio, intenta ver para ese lado que otros no ven. Busca el puntito de luz.

En los cambios difíciles, entiende que todo pasará. El dolor que sientas ahora llóralo, siéntelo, pero no te quedes en él indefinidamente. Cuando sientas que las fuerzas regresan levántate y sigue, puedes hacerlo.

Los cambios en tu vida siempre serán lo que tú hagas de ellos. Agradece la experiencia anterior, aprende del proceso y mira hacia adelante. Tienes un nuevo camino para recorrer.