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El poder de lo simple

Cada día tenemos algún problema por resolver. La vida suele vivirse como una carrera de obstáculos en la que debemos saltar para llegar a la meta.

Imagina que estás en medio de un chat de grupo. El tema es la comida de fin de año y lo que deben acordar es el tipo de comida que tendrán. Entonces una persona responde con la historia de cómo se intoxicó en este restaurante japonés de moda. De repente, en lugar de decidir sobre el tipo de comida que les gustaría –y que era el objetivo inicial y sencillo– todos empiezan a hablar de sus malas experiencias en restaurantes.

En lugar de tomar una decisión, todo se descontrola, el objetivo inicial se pierde y organizar una simple comida de fin de año se convierte en un gran problema.

Cada problema es así tiene un origen sencillo, pero lo pensamos tanto y hay tantas emociones que se nos juntan que perdemos de vista cuál es (así como en el ejemplo del chat) y es entonces cuando se nos complica encontrar soluciones.

Sin restar importancia a los problemas no se puede resolver lo que no se comprende.

En algún momento conocí a una persona con una condición de salud delicada, quien estaba deprimida sintiendo que no podía contar con nadie. ¿El problema? No era su enfermedad, ni que no hubiera a alguien deseando apoyarle: era que cuando las personas se le acercaban, las rechazaba.

En mi viaje de vida me encontré con algunas personas con un súper poder: el de volver simple lo aparentemente complicado. Nada las hacia diferentes de ti o de mí, excepto la forma en que resolvían sus problemas.

Una de ellas siempre tenía una sonrisa para todos. La vi molesta muchas veces o apurada con alguna tarea en la que iba contra reloj; ¿y qué era lo que hacía? Se sentaba en su lugar, nos pedía que no le habláramos por un momento, se enfocaba en lo que estaba pasando y entonces pensaba en lo que tenía que hacer. La sonrisa le volvía automáticamente e incluso dudabas si realmente había estado molesta hacía 5 minutos atrás, se levantaba con una combinación de seguridad y ligereza y en un ratito resolvía todo el embrollo.

Otra persona era un gerente de hoteles con quien trabajé organizando eventos grandes para una organización a la que pertenecía. Sin importar cuál era el problema que surgía, al llegar a su oficina todo estaba en orden y te daba una sensación de paz. Siempre te recibía con una sonrisa y te escuchaba muy atento. Al final te mostraba el origen real del problema, buscaba quienes podían ayudar si los había, o de lo contrario él mismo intervenía y te llevaba a la solución.

Por último, una amiga de la familia recibió un diagnostico que en apariencia era fatal y con pocas alternativas de tratamiento. En ese momento su estado de ánimo no era el mejor y no veía salida. Uno de sus hijos le pidió que se tranquilizara, lo que les permitió tomarse el tiempo para hablar con otras personas que la llevaron a otro médico para una segunda opinión. Este la evaluó nuevamente y se dieron cuenta que lo que tenía, aunque necesitaba tratamiento inmediato, no era fatal.

Cada una de estas historias nos enseña cómo es posible hacer simple un problema, sin importar su tamaño o aparente urgencia de solución.

Aprender a ver las cosas de una manera sencilla es una característica que se consigue con la práctica. Para la mayoría de nosotros no es algo que traemos de fábrica, hay que trabajar en ello sabiendo que el resultado que vamos a obtener realmente vale la pena.

No es posible resolver los problemas si nos encontramos inquietos, desesperados, asustados o ansiosos. Se necesita de una mente clara para reconocer cuál es el problema real en primer lugar.

Mantén claro el problema conforme trabajas en su solución. Si te desenfocas y pierdes de vista qué es lo que deseas resolver te vas a confundir y terminarás gastando tu tiempo y energía en detalles que no son importantes.

Reconoce que a veces necesitamos ayuda de otros. No todo lo podemos resolver solos. Esa ayuda puede ser en la forma de un consejo, de permitir que otros se pongan “manos a la obra” junto con nosotros o simplemente de pedirles que nos dejen espacio para pensar.

Como dice la sabiduría popular: para cada problema una solución. No busques resolver todo al mismo tiempo, así no funcionan las cosas.

Invierte tiempo en definir qué es lo que realmente te preocupa o debes resolver y trabaja en ello. No te quedes dándole vueltas.

Se vale equivocarse y rectificar el camino, que un tropezón no te detenga. ¡Nos vemos en la meta!